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The anguish of the old-fashioned ceremony

The anguish of the old-fashioned ceremony. Drawing series, exhibition view. Ball pen on paper, 20 x 14 inches/each. Framed pen, 9 x 5 inches. J'suis l'autre, 12 x 10 inches.  XIII National Youth Artists' Room. Santafé Gallery, Colombia, 2003

La angustia de la ceremonia desfasada.

 

El día en que me regalaron ese esfero, me prometí a mi mismo que iba a usarlo como mi herramienta de trabajo. Ese objeto tenía para mi un poder significativo indescifrable que se mezclaba con el hecho de ser el regalo de grado para un artista plástico recién egresado. Sencillamente fue como un mensaje que no quise comprender, pero que fue desarrollando una respuesta, en la medida en que se convirtió en el medio de mi trabajo.

En realidad no tuve que ir muy lejos para encontrar las imágenes que desarrollaría con éste. Recordé cómo había sentido sobre mi cuerpo el peso de la incertidumbre, aquel que puede experimentar un artista cuando lo es desde la institucionalidad, cuando lo es en un papel firmado por un rector y un decano, pero en el que sencillamente él no se ve como tal; por que él mismo todavía no se convence de eso; y cuando me hice estas preguntas, me ví en una tarima con un vestido de paño, una corbata, unos zapatos nuevos y un pergamino en la mano, certificando  algo que todavía no estaba terminado o "alguien" que era todavía un proyecto.

​De este modo pensé en la posibilidad de acabar con esa molesta sensación haciendo algo al respecto, desarrollando desde mi gusto y facilidad para el dibujo un saneamiento de esos temores. Decidí derrotar esos fantasmagóricos emblemas del trabajo y el éxito, y para esto: la imagen del ejecutivo!, que es a la vez la imagen del hombre contemporáneo. Me sirvió de comienzo esta imagen que es a su vez “idea” exhibida sin identidad y muchas veces sin cabeza en los almacenes de ropa para “hombre”.

Toda la parafernalia que envuelve la idea del ser “hombre” me pareció que estaba sujeta a las imágenes preestablecidas, con las cuales no me sentía acorde y que se volvieron mi búsqueda personal y a la vez el centro de mi investigación artística.

 

“El sujeto se llama Francisco Guillola Probat. Un individuo depresivo, y deprimente sin una pizca de sensibilidad ni alegría. Su buen gusto –si se puede llamar así- se centra exclusivamente en la manera de vestir, trajes grises en su mayoría, todos hechos a medida…

A Francisco Guillola Probat se le podría denominar perfectamente como “muerto en vida”

Cuando Francisco Guillola Probat, el sujeto, anuncia a su esposa que tendrá que quedarse a  cenar con un cliente o para resolver asuntos pendientes (con una frecuencia aproximadamente semanal), suele trasladarse al citado Instituto Sensus y disfrutar de la compañía y cuidados de alguna de las enfermeras que trabajan allí. A las tres de la madrugada abandona el local y camina, exhausto, hasta el lugar donde haya podido aparcar su Talbot SX… Su sorpresa es infinita cuando se encuentra ante el hombre que se baja de un coche cercano y parece bailar una danza ritual ante él. El hombre viste una amplísima chaqueta de cuadros inmensos, camisa amarilla, una mariposa disecada en lugar de corbatín y pantalones de enormes perneras… El hombre va maquillado con una nariz postiza, de rojo rabioso, y manchas blancas en torno a la boca y a los ojos que le dan una expresión inocente y risueña.

​El sujeto muestra su estupefacción. En realidad, está viéndose a si mismo en un espejo. Comprende que es así como interpretan su imagen cada día miles de personas que se cruzan con él por la calle. Un individuo con un disfraz incomprensible, y que ejecuta actos absurdos y rayanos en lo inaceptable. Un individuo vestido de una forma ritual, mil veces repetida, que, en lugar de dar la imagen que pretende (dignidad o alegría) sólo transmite patetismo. Ambas indumentarias llevan inherentes en sí mismas intenciones que no logran. Ambas indumentarias tienen un punto en común: la angustia de la ceremonia desfasada”[1]

 

Héctor Cataño, 2004

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